in

Tomar un riesgo

Descubrirse a uno mismo es complicado, aterrador y, al mismo tiempo, maravilloso... Varios filósofos y poetas (que, en cierto modo, siguen siendo filósofos) han afirmado que la mayor aventura es conocerse a uno mismo. En este proceso, invariablemente nos topamos con actitudes, pensamientos y comportamientos que nos perjudican, impidiéndonos crecer o alcanzar algo que deseamos. Y ahí es donde aparece el error: tenemos que cambiar...

Después de algunas relaciones complicadas y algo dolorosas, es normal alejarse un poco de una nueva pasión y empezar a adoptar comportamientos y actitudes para evitar involucrarse con alguien. Podemos convertirnos en gallinas, quedarnos con varias chicas y muchas veces ser torpes, encerrarnos en casa y quedarnos frente al televisor o la computadora, vivir relaciones virtuales sin intención de hacerlas reales, en fin, existen varios mecanismos para escapar de una nueva relación. Cuando esta opción es consciente está bien, pero lo complicado es que muchas veces ese miedo es inconsciente, y acabamos boicoteando las relaciones al menor signo de que empiezan.

Pero lo brillante –y lo más difícil– es darnos cuenta cuando estamos haciendo esto, cuando estamos enmascarando nuestro miedo a una nueva relación con falsas actitudes de “desencanto”. Al principio el sentimiento es de frustración porque nos damos cuenta de que ese fue el tipo de sentimiento que nos dejaron nuestras relaciones pasadas. Y es en este momento cuando debemos acogernos y comprender que este miedo es natural, pero que no podemos dejar que domine nuestras vidas para siempre. Por supuesto, es importante reflexionar si no siempre nos relacionamos con personas similares, si siempre repetimos el mismo patrón de relación. Si esto ocurre, es necesaria una reflexión más profunda o incluso la ayuda de un terapeuta.

Pasado este periodo, llega entonces el momento de pensar si estamos involucrados, enamorándonos de nuevo. Y ahora el miedo tiende a convertirse en pavor. Casi al instante las pequeñas heridas que creíamos curadas regresan, y entonces llega el momento de darnos cuenta de que se trata de una nueva persona, una nueva chica, una relación TOTALMENTE diferente a las demás. Mirar a la mujer que nos hizo latir el corazón otra vez, y darnos cuenta de que no tiene sentido, es así: hay que correr riesgos.

Arriesgarse a sufrir, a salir mal, a frustrarse nuevamente. Pero también arriesgarse a noches salvajes y tiernas de amor, sonrisas cómplices, cafunés, abrazos apretados, besos deliciosos, conversaciones reveladoras y enriquecedoras, mensajes de texto y correos electrónicos traviesos, apodos cariñosos, dormir acurrucados, reír, mirarse a los ojos, sonreír de en ninguna parte en medio de la calle y luciendo tonto.

Sin embargo, para correr un riesgo se necesita valentía... Es posible que necesitemos cambiar comportamientos y pensamientos, abrirnos de nuevo, y eso resulta incómodo. Pero creo que vale la pena, porque en el fondo estamos eligiendo entre intentarlo, aprender y crecer, o vivir huyendo. Tomo la primera opción.

Angélica Morango celebra su cumpleaños

En su primer discurso, Marta Suplicy defiende la unión civil gay