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Mármol rosa

Entre cajas, bolsas, pilas de libros, Muriel amaneció asustada, no reconocía dónde estaba. Se giró boca abajo, cerró los ojos y trató de volver a dormirse, pensó que estaba soñando. Pero el mensaje de alerta en su celular realmente la hizo despertar y recordar que estaba en su nueva casa.

Miró la botella de vino al lado de la cama, las dos copas, sonrió... En el mensaje, un recordatorio: “¡Olvidaste tu anillo en la galería! ¿Dónde estás en tu cabeza? Era tu amigo Jorge.

Y lo que importaba era el anillo, un anillo que ella insistía en llevar, pero que ya no tenía ningún significado. Ya no estaba aliada de nada.

Se sentó en la cama, observó la luz del sol queriendo entrar. Notó lo perfecto que estaba todo en esa habitación: las ventanas, con vidrieras y no simplemente paneles, formando diseños de lirios rojos y los detalles tallados en la madera rústica de la puerta, el color de la pared, la lámpara de araña sacudida…

Sintió que le pesaba la cabeza, el efecto del vino. Sintió un escalofrío recorrer su espalda, efecto de los recuerdos de la mañana. Necesitaba una buena taza de café y una ducha caliente.

El baño también tenía vitrales, con el mismo diseño, pero estaban en una puerta que daba al jardín. Una puerta arqueada, un balcón y el jardín…

Muriel se sentó en el borde de la bañera, abrió el grifo y mientras tomaba su café, se quedó mirando el agua que caía. Empezó a recordar la noche anterior...

Era la noche de su exposición, una colección de cuadros que pintó mientras vivió en Australia y que, cuando se mudó a Brasil, decidió vender.

La noche fue un tanto insípida, no sentía nada especial, ni siquiera las ganas de ser sociable con las personas que estaban allí sólo por ella. Su vida fue tibia e insípida. Bebía vino y me fijaba en la gente, en sus ropas, en las banalidades que decían, en las miradas...

Fue Jorge quien se encargó de todo, corrió de un lado a otro y habló efusivamente con los invitados. Gordito, extrovertido, con una risa única y una sensibilidad inusual, fue su ángel de la guarda y se dio cuenta de que su amiga no se encontraba bien. Él pasaba por allí trayendo otra copa de vino, tratando de controlar la situación y fue él quien notó a un invitado inusual entre los demás.

Ella estaba parada, mirando el cuadro que más le gustaba a Muriel. Muriel inmediatamente despertó de su aturdimiento y se dio cuenta de que la presencia de esa chica allí iba en contra de toda la situación, iba en contra del efecto de las pinturas con dibujos ruidosos, líneas fuertes y flechas. Su presencia era suave, sus contornos suaves, dignos de una escultura.

Ella estaba ahí, no quitaba los ojos del cuadro y Muriel, a su vez, no quitaba los ojos de ella. Un perfil perfecto, su rostro delicado, los mechones de cabello insistiendo en escapar de su gorro de lana marrón... Llevaba un poncho un tono más claro que el sombrero, con detalles dorados, pero aun así se podía ver su cuerpo... La Los jeans, la blusa escotada…

Cuando Muriel empezó a acercarse a ella, se puso el sombrero y se dio la vuelta. Luego, el cabello enmarcó su rostro y cayó sobre sus hombros, cabello claro.

Luego la niña caminó lentamente hacia ella, mostrando una sonrisa familiar, como si la reconociera. Se detuvo frente a ella, con los labios entreabiertos, a punto de decir algo, pero sus ojos recorrieron todo el rostro de Muriel y terminaron en sus ojos también. Una mirada familiar, algo que sabe a alivio, a consuelo.

– Beatriz… Mi nombre es Beatriz… ¿Hacéis esculturas también?

En ese momento, Muriel dejó caer los brazos a los costados y el anillo que llevaba cayó al suelo. Beatriz se agachó para recogerlo y no se lo devolvió, como era de esperar, lo colocó sobre el mostrador, al lado de la copa de vino.
Muriel hacía esculturas, sí, pero desde hacía un tiempo sólo pintaba lienzos. No tenía inspiración para esculpir.

Sintió que las palabras salían de su boca sin orden e invitó a Beatriz a ser modelo para su próxima escultura.

Beatriz sintió que se sonrojaba, bajó la cabeza…

– Nunca pensé en ser modelo para una escultura, creo que ni siquiera tengo el perfil para ello, pero tenemos que hablar. Si quieres esculpirme, necesitas conocerme, ¿verdad?

Sacó papel y lápiz de su bolso y anotó su número de teléfono, pero Muriel no la dejó.

- ¿Tienes tiempo ahora? Quiero saber de tí…

- ¿Pero ahora? ¿Y tu exposición? Podemos encontrarnos un día y...

Muriel no dejó que Beatriz terminara de hablar, llamó a Jorge, le dijo algo al oído y él regresó con su bolso, una botella de vino, dos copas y una sonrisa pícara.

Los dos fueron al departamento de Muriel. En el camino no intercambiaron una palabra. Beatriz observaba a Muriel conducir, su forma de encender el cigarrillo y su aire despreocupado buscando una canción en la radio. A veces se miraban y sonreían.

Beatriz estaba sorprendida por su propia actitud, después de todo, ella hacía las cosas según lo planeado y nunca se subiría al auto con alguien que no conocía. Pero no podía contenerlo, las ganas de estar con Muriel y hablar de lo que fuera era mayor que ella.

Llegaron al departamento y Beatriz quedó encantada nada más entrar, el largo pasillo que conducía a la sala, las frases en francés escritas en la pared, el móvil con cuentas azules en el pasillo, el piso de la sala hecho de caoba. -parqué de color.

Muriel le tocó la espalda y dijo en voz baja:

– El desorden se debe a la mudanza, aún no he tenido tiempo de limpiarlo, pero la decoración es de la anterior residente, una señora un tanto excéntrica. Vendió el apartamento así, pero no quiero cambiar nada.
Había cajas, libros, lienzos terminados, todo esparcido por la casa… Beatriz pensó que todo estaba perfecto.

Se tomó la libertad de sentarse en la cama de Muriel mientras ella abría el vino.

De fondo, procedente del apartamento de arriba, se oye el sonido de un violonchelo…

Muriel se sentó, le entregó un vaso a Beatriz y por unos instantes la observó: Sus ojos, un verde diferente, una mezcla de varios tonos de verde que dieron como resultado ese color embriagador. La boca delicada, los labios finos y rojos como los de una muñeca. El delicado contorno del rostro y para terminar, dos hoyuelos que aparecieron en la incómoda sonrisa que dedicó Beatriz al notar cómo Muriel la miraba.

Beatriz comenzó entonces a explicar, que entró en la galería por casualidad, que en realidad no fueron los cuadros los que le llamaron la atención, en un principio, sino la propia Muriel, a quien vio a través del cristal de la puerta de entrada. Lo que le llamó la atención fue esa chica sentada, ajena a todo lo que estaba pasando. Esa fue la escena que hizo que Beatriz entrara a la galería y se pusiera a mirar los cuadros.

Muriel escuchó en silencio, observó cada gesto de Beatriz, la forma en que se pasaba la mano por el cabello, cómo el vino hacía que la piel de su rostro se sonrojara aún más... Observó el regazo de Beatriz, su escote que dejaba al descubierto la curva de sus senos y el pecas que tenía por todo el pecho y los hombros.

– ¿Por qué me miras así, Muriel?

– Bueno, sé de ti, después de todo, ¡voy a esculpirlo!

Se echaron a reír y Muriel se sintió increíblemente cómoda con Beatriz. Incluso habló de su última relación, una etapa traumática, una persona difícil, pero que ya había superado.

Beatriz también escuchaba en silencio, pero sus ojos se movían a un ritmo frenético, queriendo observar cada movimiento de Muriel. Notó el lunar que tenía cerca de los labios que tocaba delicadamente el cristal, sus ojos pequeños y ligeramente rasgados, su nariz afilada.

Ambos se involucraron en la conversación y poco a poco las ganas de contacto comenzaron a desbordarse. Muriel se despertó. Y antes de que el agua de la bañera se desbordara, cerró el grifo y se sumergió en el agua caliente.

Cerró los ojos y recordó a Beatriz levantándose, huyendo del deseo que allí florecía. Se olvidó su sombrero y tuvo que regresar a la tarde siguiente para arreglar de qué material estaría hecha la escultura y otros detalles.

Muriel recordó y olió a Beatriz… Una mezcla de fruta y madera. Salió de la ducha, se puso unos vaqueros y una bata blanca. Entró a la habitación que sería su estudio. Una habitación donde ya había una tarima y una especie de sofá, seguramente abandonado por el anterior propietario.

Pensó en mármol, mármol rosa…

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